De política y cosas peores / Enrique Perales

AutorCatón

Noticia de última hora: un diseñador de ropa íntima para mujer fue linchado por una turba de enfurecidos varones. Al parecer iba a sacar al mercado un brasier que evita que las bubis de la mujer se balanceen cuando trota o corre para hacer ejercicio, y que impide que se vean sus erguidas puntas si la playera o camiseta que la cubren se mojan con la lluvia. ("Con el bravío pecho empitonando la camisa", expresó bellamente Ramón López Velarde). Los papeles con el diseño del brasier desaparecieron misteriosamente. Loado sea el Señor... Silly Kohn, vedette de moda, charlaba con su amiga Nalgarina, vedette como ella. Nalgarina le estaba contando su experiencia con su novio de turno, un tal Afrodisio Pitongo, hombre al parecer salaz y dado a la concupiscencia de la carne. Relató Nalgarina en son de queja: "Figúrate: quiso tener sexo conmigo en la segunda cita". "¿Tan lento es?" -inquirió con sorpresa Silly Kohn... Soy amigo de Enrique Perales Jasso. Esto que digo no es jactancia: es agradecimiento. La amistad de alguien como él enriquece cualquier vida. La mía, tan poco excepcional, no es la excepción. Lo conocí en el glorioso Ateneo Fuente, de Saltillo. Juntos cursamos el bachillerato. Él venía de Matamoros, Tamaulipas, pero se enamoró de mi ciudad y la hizo suya. Su figura -era alto y delgado como una buena intención- se convirtió bien pronto en parte del cotidiano paisaje saltillero. Enrique Perales no fue en Saltillo nunca Enrique Perales. Fue siempre Quiquis Jasso. Era alumno aprovechado. Yo, que todo lo he desaprovechado siempre, me aprovechaba de su amistad y lo buscaba para estudiar con él las arduas lecciones de latín y griego. Me animaba la secreta esperanza de adquirir, quizá por ósmosis, algo de su sabiduría. Los dos, y con nosotros todos nuestros compañeros, estábamos enamorados de nuestra profesora de francés, la maestra Romanita Herrera, joven y hermosa, y en su clase alargábamos los anhelosos labios adolescentes para recibir el imaginario beso que ella parecía ofrecer cuando pronunciaba la u francesa. Después Quiquis Jasso y yo tomamos rumbos diferentes. Adiós, Saltillo; adiós, Ateneo; adiós -¡ay!-, Romanita Herrera. Enrique...

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