De política y cosas peores / García Márquez

AutorCatón

Dos gallinitas están debatiendo. Le dijo una a la otra: "Los huevos que yo pongo son muy grandes, tanto que cuestan un peso cada uno. En cambio los que tú pones son tan chicos que se venden en sólo 50 centavos". Replicó la otra gallina: "¿Y piensas que por un tostón voy a quedar toda desguanguilada?" (Nota para mis lectores de otros países: el término "desguanguilado" es un mexicanismo que sirve para calificar a todo aquello que ha sido aflojado por el uso)... El notario reunió a la familia del de cujus, vale decir del testador, y en modo solemne dio lectura al testamento del difunto: "A cada uno de mis sobrinos y sobrinas le dejo un millón de dólares, excepción hecha de Zatopeko, a quien siempre admiré por su disciplina para correr y hacer ejercicio, pues decía que tener una buena condición física es más importante que tener dinero. A él le dejo mis tenis y mis pants"... El severo genitor le preguntó al galancete: "Dígame, joven: sus intenciones hacia mi hija ¿son buenas o son malas?" "¡Caramba! -exclamó el boquirrubio entusiasmado-. ¡Ignoraba que podía escoger!"... La gloria más gloriosa de mi vida ha sido mi mujer. Pero otras glorias he tenido, si no tan grandes tampoco tan pequeñas. Una de ellas fue haber sido maestro de Literatura en el prestigioso Ateneo Fuente de mi ciudad, Saltillo. Supongo -es sólo un supongando, como dice la gente del Potrero- que no debo haber sido un profesor tan malo. A mi clase jamás faltaban los alumnos, y eso que no pasaba lista nunca. Entraban a mi salón los de otros grados, y aun estudiantes de escuelas vecinas que se colaban de rondón, lo mismo que otros de fuera que pedían ser admitidos como oyentes. La concurrencia se volvió tan grande que hube de dar mi clase en los jardines del colegio. Las chicas y los muchachos se sentaban sobre el de grama césped no desnudo -la frase es de don Luis de Góngora-, y yo en una silla ad hoc que me ponía por propia mano don Carlos Saucedo, eficientísimo secretario del plantel. Yo dejaba que los alumnos se acomodaran según su voluntad. Alguno había que se tiraba a la bartola, para escándalo de los demás maestros; otros se recargaban espalda con espalda, cómo águilas...

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