De política y cosas peores / Plaza de almas

AutorCatón

Dígame alguno de ustedes si la historia que en seguida voy a relatar es de amor. Yo, sinceramente, no lo sé. De historias conozco algo, pero de amor no mucho, y por tanto no puedo decir si lo que hoy narraré es una historia de amor o es sólo una gacetilla para la sección policiaca de los periódicos. En fin, rara vez el escritor se da cuenta de lo que escribe. Son las historias las que lo escriben a él. Pero vamos al grano. Este hombre tiene una tienda de abarrotes en una ciudad pequeña de provincia. ¿La época? Mediados del pasado siglo. El hombre que digo es solo. Así, "solo", era llamado en aquel tiempo el hombre soltero, aunque tuviera padres y hermanos. No los tenía ese hombre, pero sí años. Por los 60 debe haber andado. Actualmente 60 años no son muchos, pero en aquel tiempo eran bastantes. Lo ayuda en la tienda una dependienta. ¿Qué edad tiene esa mujer? Quién sabe. Lo mismo puede tener 30 que 50. Su edad es indefinida, igual que su rostro, inexpresivo siempre. Sus palabras son silenciosas; inmóviles sus movimientos. Es, y parece que no es. Está, y parece que no está. Si desapareciera nadie se daría cuenta de que no estaba ya en el mundo. Sería una grisura que se fundiera con otra grisura. Todos los días, al terminar la jornada del día -la puerta se cierra a las 9 de la noche- el abarrotero toma a la mujer en la trastienda. Hace 20 años la tomó por primera vez. Aquella noche la tumbó de espaldas sobre la costalera y ahí la poseyó. La mujer no dijo nada. No dio trazas ni de haber disfrutado la ocasión ni de haber sufrido por aquella embestida del macho. Se puso en pie en silencio; se arregló la ropa y dijo: "Hasta mañana". Lo mismo decía cada noche. Al día siguiente él la volvió a tomar, pero ahora no de frente, sino por atrás. Como que no quería verle la cara. Y es que después del coito de la noche anterior el abarrotero se puso a considerar las cosas y concluyó que él y la mujer no estaban casados. No debía tomarla, entonces, como toma un marido a su esposa. Además era la dependienta, y eso era casi como decir la criada. En adelante la tomaba como el perro a la perra, de bruces ella sobre los bultos o las cajas. Las...

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